Poetas con Luz AmbientePedro Antonio González Moreno

Poetas con Luz Ambiente, Pedro Antonio González Moreno

“Escribí mis primeros poemas en un desván, rodeado de baúles, trastos herrumbrosos, herramientas y aperos de labranza de mis antepasados. Y quizá eso condicionó de algún modo mi poesía…”

La luz del día de la sesión de Pedro Antonio era ideal y la luz de ventana de la cámara, no menos. Pero sobre todo por encima de la luz y la cámara, se encuentra “la vieja arca” a la que Pedro Antonio hace referencia en su poética y utilizaba de escritorio “en el taller de su adolescencia”. Ya era una idea preconcebida y sobre todo, después de haber escuchado su intervención en la biblioteca pública de Guadalajara, sobre “De la creación a la librería”. El lugar donde retratarlo.

La población de Calzada de Calatrava apenas la conocía de paso, aunque sí había estado en varias ocasiones en el Castillo de Calatrava La Nueva. Pedro Antonio ejerció de Cicerone, en el poco espacio de tiempo que tuvimos para conocer esos lugares de adolescencia de los que me habló… El por qué del nombre de la “calle de la mano”, de la silueta de ballena que la montaña dibuja, los castillos de Salvatierra y Calatrava La Nueva, la biblioteca donde vio esa luz literaria, donde ejerció de bibliotecario durante dos veranos y supo que quería escribir.

Hicimos retratos en diferentes lugares, pero aún así nada me hizo cambiar la idea originaria de haberlo fotografiado en la cámara de su casa y con “su arca como escritorio”.

Pedro Antonio González Moreno ©Pepe Galanes

Pedro Antonio González Moreno

Escribí mis primeros poemas en un desván, rodeado de baúles, trastos herrumbrosos, herramientas y aperos de labranza de mis antepasados. Y quizá eso condicionó de algún modo mi poesía, que siempre ha mostrado cierta inclinación hacia lo elegíaco, hacia el mundo de los recuerdos. Una clara evidencia de ello son dos libros, El desván sumergido y El ruido de la savia, que hunden su sentido y sus más profundas raíces en la memoria.

El escenario del desván o la cámara, con su olor a cosas viejas, a tiempo detenido, era un espacio muy propicio para captar, a través de las palabras, la claridad difusa de los recuerdos. Allí la luz era unas veces cálida, acogedora, y otras, sobre todo cuando escribía al atardecer o por la noche, la luz era tan densa que difuminaba los contornos de las cosas, de manera que las formas de los objetos parecían cobrar vida y movimiento propios.

Allí, en aquel espacio casi mágico, había también un arca que utilicé como mesa y que fue, en realidad, mi primer escritorio. Con el tiempo, he comprobado que el arca y el desván se han convertido para mí en un verdadero símbolo: el símbolo de un mundo antiguo, oscuro y perdido, pero cuyas raíces siguen alimentando mi escritura con la luz íntima de la memoria.

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