Poetas con Luz Ambiente, José Luis Morales
“…me dediqué con absoluta pasión a la poesía. Lo he constatado muchas veces. Y, aunque sigo sin saber por qué, no pierdo la esperanza de llegar a averiguarlo algún día…”
José Luís Morales pertenece al grupo de los poetas que yo denomino “Los Madrileños”, obedece al lugar de residencia habitual. Puesto en contacto con él ya hace bastante tiempo, allá por septiembre de 2020, acabamos decidiendo hacer la sesión en su casa familiar de Ballesteros de Calatrava… decisión muy acertada.
En una charla larga y distendida, me fue relatando de manera muy condensada, todo su bagaje relacionado, unas veces con su quehacer poético y otras no tanto, pero en definitiva me iba revelando el retrato que quería de él. Es cierto que anduvimos por las estancias de la casa en si, así como, fuera de ella.
¿Cómo podía hacer para buscar esa luz y entorno que me había revelado en su conversación? Al llegar al jardín, una fuente, mucha vegetación, árboles y de pronto al adelantarme y girar sobre mi, ¡esa era la foto!. José Luís integrado dentro del verde del jardín, e iluminado en la luz de sombra, de manera, que así evitaba la dureza de la luz de una tarde de verano, que me proporcionaba mucha densidad en las sombras y una dureza general en la escena que no venía al caso. Yo veía los recuerdos de infancia que me relató en esas tierras, que sin dejar de mostrar una pincelada de la dureza de la época, si se dejaba ver la añoranza de aquellos tiempos.
José Luis Morales
He tenido dos infancias. Una plenamente rural ⸺casi rupestre⸺ hasta los seis o siete años y otra urbana ⸺tal vez también sería más exacto llamarla pueblerina⸺, de los siete en adelante, que transcurrieron en dos entornos cercanos pero muy diferentes: en la finca “La Puebla”, junto al río Jabalón, la primera y en Ciudad Real ⸺a la que todo el mundo entonces llamaba “la capitaleja”⸺ la segunda. En La Puebla, un caserío de labor sin agua corriente, sin luz eléctrica y sin la compañía de otros niños, jugué a ser rey del río, de las islas del río, señor de la masiega; un niño solitario y asilvestrado, ciertamente, pero a veces feliz. En Ciudad Real me tocó jugar el papel de estudiante aplicado, brillante incluso, un becario de medallas al mérito estudiantil; pero inseguro en todo lo demás, y con el corazón a la intemperie. Y de ahí viene todo: las dos voces y las dos miradas de muchos de mis poemas.
Cuando descubrí, ya bien entrada la adolescencia, que el número de Avogadro, las leyes de Boile−Mariotte y de Gay−Lussac o el triángulo de Tartaglia no servían para casi nada a efectos prácticos, mientras que un par de buenos endecasílabos ensartados entre heptasílabos y algún que otro alejandrino rotundo eran un magnífico lubricante para el corchete de los sujetadores de las muchachas, me dediqué con absoluta pasión a la poesía. Lo he constatado muchas veces. Y, aunque sigo sin saber por qué, no pierdo la esperanza de llegar a averiguarlo algún día…
Abandoné, pues, mis habilidades químico-algebraicas y en la universidad ⸺sin llegar a perder nunca la beca del P.I.O.⸺ acabé licenciándome en Filosofía y Letras. Después, una vez resuelto mi desencuentro con el ejército español, me casé y me dediqué a la docencia durante treinta años, aunque haya dado muy pocas clases en mi vida, y ninguna de ellas magistral.
Lo demás está en mi expediente: unos cuantos libros de poesía ⸺de la que sigo sin saber qué es, pero sí para qué sirve⸺ y la enorme satisfacción de haber sido amigo de Carlos Sahagún, de José Hierro, de Claudio Rodríguez, de Eladio Cabañero y de muchos otros poetas, menos conocidos, pero no menos cercanos a mi corazón.
Vale.