Poetas con Luz Ambiente, Fernando José Carretero
“Soy profesor de literatura, convivo con la poesía todo el tiempo, y confieso no saber qué cosa sea. Ni la mía ni mucho menos la de los demás”.
Es la primera vez que nos vemos Fernando y yo, pero ya de principio emana tranquilidad y confianza, cuestión necesaria para llevar a buen fin la sesión para la que habíamos quedado.
El espacio donde Fernando plasma su creatividad poética, es el mismo donde prepara todo lo necesario para impartir las clases en el instituto… su piso.
Pocas estancias, pero de gran luminosidad y de perspectiva muy amplia en el horizonte. Un entorno ideal para la observación y reflexión necesarias a la hora de permitir a las musas le ayuden a encontrar y registrar la poesía, que posteriormente repasará y repasará para pulir sus múltiples publicaciones.
Justo una esquina de esa terraza en la que se sienta a observar una puesta de sol, la explanada que se encuentra enfrente o cualquier otra historia. Es el espacio el que decido elegir a la hora de seleccionar el retrato.
Fernando José Carretero
Soy profesor de literatura, convivo con la poesía todo el tiempo, y confieso no saber qué cosa sea. Ni la mía ni mucho menos la de los demás. Tal vez el placer y el dolor de un lenguaje compartido que se trasciende a sí mismo, caricia y látigo que estremece y atormenta con su perfección como signo e incluso más allá. Tal vez. No quiero ir más lejos. Por naturaleza huyo de dogmas. Entiendo cada uno de mis libros como una aventura, y como la expresión mejor o peor acabada de ciertos momentos de mi vida. Y me gusta creer que lo que escribo tiene la forma que debe según mi manera de sentir y pensar el mundo en esos ciertos momentos. Por ello, la preocupación por un estilo personal ya no me inquieta. Hay dos aspectos, sin embargo, que considero fundamentales en mi forma de entender la escritura: un trabajo atento, pausado, esmerado con ese lenguaje que se trasciende a sí mismo y que es la sustancia del poema; y el hecho de que este, en mi caso, surge del asombro frente la vida y pretende ser celebración de su belleza
-donde sea que la encuentre y más que por lo que desvela, por lo que encubre-. Horacio recomienda guardar durante nueve años lo escrito para poder enmendarlo. Lawrence Durrell dice que uno escribe para recuperar una inocencia perdida. Para la Woolf la poesía es una voz que responde a otra voz. Me reconozco en estas afirmaciones. Por mi parte, confieso que la mía tiene mucho de efusión, de desbordamiento, de cosecha áspera o delicada, aunque siempre laboriosa, de un árbol cuya rara floración tarda años en producirse y que, por ello, dará fruto escaso a lo largo de su existencia.
Fernando José Carretero