Poetas con Luz Ambiente, Rosa Peñasco
“Es más: lo más bello de la creatividad es que es indómita, libre, salvaje y con una musa arrebatadora que se cuela en el último rincón de la víscera y no te deja vivir hasta que le devuelvas, ya transformada en letras, la idea que antes te ha regalado”.
Quién diría que Rosa Peñasco es una mujer tímida. Pues si, y no soy yo quién lo dice “soy tímida y puenteo esta timidez con el sentido del humor”… son palabras suyas.
Con estas palabras, empezamos la charla en la tarde que habíamos quedado, para continuar como es habitual con la sesión de retratos.
En los contactos telefónicos previos a la sesión, ya me había dejado claro que la localización que ella quería era su “Everest particular”, que resulta ser el cerro de San Blas en Valdepeñas. En el lugar encontramos “su escritorio” y el molino de viento de nombre “El Trascacho”. Evidentemente no cuenta con la altura de la montaña más alta del Himalaya, pero si tiene la altura suficiente para admirar la llanura que se muestra a su alrededor.
Es el lugar donde Rosa recurre en los momentos alegres y su sonrisa se hace evidente, pero también donde más de una lágrima se ha vertido en la tierra roja del lugar. En definitiva, es el entorno en donde se refugia cuando la soledad es lo que quiere y necesita es escribir… de lo que sea.
En cuanto a su luz, que decir, si se identifica con todo y nada. Su luz son todas, más adelante entrareis en su poética, en la que nos dice que ha escrito en los extremos, poesía mística sobre Teresa de Jesús y novela erótica. “Ha gozado y sufrido la vida en gran medida”, estos mimbres son los que ejercen de detonante en su escritura.
Rosa Peñasco
Lo más bello de la creatividad es que es indómita, libre, salvaje y con una musa arrebatadora que se cuela en el último rincón de la víscera y no te deja vivir hasta que le devuelvas, ya transformada en letras, la idea que antes te ha regalado.
¿Otra tendencia literaria? Lo confieso: me encanta hacer juegos de palabras y hasta inventar vocablos nuevos (supongo que por eso hay quien me ha denominado Maga de palabras). Tal es así, que inventé otra palabra para describir esta acción y, desde hace años, me declaro “Palabrarista” porque me gusta hacer malabares con las palabras…
Para mí, la actividad de escribir debería denominarse escrivivir porque no hay nada en el mundo que me dé tanta vida como bucear por las emociones (empezando por las mías), desentrañar los enigmas del mundo, sacar el alma al sol y después dibujar este recorrido infinito con letras.
Escribo desde que tengo memoria. Me recuerdo de niña siendo un trasto muy travieso, pero también con un mundo interior repleto de escritos y libros y al que apenas nadie podía llegar. En ese universo, me ensimismaba leyendo todos los cuentos y fábulas que caían en mis manos, al tiempo que tachaba, sin pudor, todas las moralejas y moralinas: ¿por qué tienen que imponerme lo que debo pensar? –decía muy enfadada-. De aquella niña conservo un gran sentido del humor que también se observa en artículos y libros (confieso que me escondo detrás de él para puentear una increíble timidez), además de una enorme curiosidad vital que me lleva a desentrañar todo lo que se cruza por mi camino. Precisamente de aquella curiosidad han surgido las investigaciones más variopintas que han desembocado en ensayos científicos, en novelas y en poesías: ¡muchas poesías! Pero lo que más le agradezco a aquella niña, es una especie de espiritualidad innata que me hacía y sigue haciendo ver el mundo como una tienda gigantesca de lámparas, en donde como los diferentes tipos de lámparas y salvo las que puedan estar fundidas, cada persona tiene su propia forma y brillo. También cada cual le llega diferente corriente, pero siempre de la misma fuente. No sabía que décadas después, intentaría plasmar esta idea de divinidad en muchos de mis libros, pero fundamentalmente en el libro de poesía mística en el que Oriente y Occidente se unen en la preciosa figura de Teresa de Jesús: “In Teresa: siete chacras, siete moradas y energía kundalini en Teresa de Jesús”.
En lo que respecta al ámbito meramente poético, he escrito de todo y de todos los estilos. Me encantan los sonetos, pero también el verso libre, la poesía canalla, la erótica, la mística y hasta los epigramas, ya que todo es un reflejo del alma de quien escribe y los confines del alma, como bien apuntó Heráclito, son enormes y nunca pueden conocerse en profundidad.
Aunque agradezca los reconocimientos recibidos y los premios literarios, huyo del tanto tienes, tanto vales y de las etiquetas y los convencionalismos desde siempre. Me fastidia sobremanera que todo se cuente, pese o mida hasta el punto de encorsetar al ser humano e impedir que crezca y se desarrolle. Por eso, cuando me han calificado de escritora polifacética y heterodoxa me ha parecido maravilloso. ¿De verdad si escribo novela y ensayo ya no puedo ser poeta? ¿Y eso lo dice quien no escribe novela, ensayo y poesía? ¡No me hagas reír! ¿Solo los sonetos son poesía? Personalmente, estas cárceles mentales me parecen aberraciones porque adoro y respeto sobremanera todas las manifestaciones artísticas (de hecho ahora he empezado a crear videos poéticos en mi humilde canal youtube) y hasta tengo auténtica obsesión por unir arte y ciencia, tanto en mi trabajo en la Universidad como en mi mundo literario, ya que estoy convencida de que no hay nada más enriquecedor para el ser humano que salir de la barbarie del especialismo a la que se refirió Ortega y Gaset, para buscar el humanismo perdido.
Mi literatura es muy compulsiva: estoy tranquila y hasta olvidándome de que escribo y, ¡zas!, llega el milagro de la musa otra vez y ya no me deja vivir: como fatal, fumo mucho, duermo poco, escribo mientras duermo porque sueño con lo que escribo y me sumerjo en una entrega total al proceso de parir letras. ¡Siento que cada libro es un auténtico parto y ya tengo familia numerosa!