Poetas con Luz AmbienteAntonio Maldonado

Poetas con Luz Ambiente, Antonio Maldonado

“Como artista me gustaría escribir obras que calasen en quienes las lean y sean recordadas, como humano tengo limitaciones porque somos esclavos del tiempo y de nuestras capacidades”.

Por la cuestión de encontrar fechas de coincidencia y así realizar la sesión fotográfica, debido al trabajo, decidimos que las vacaciones de navidad eran las idóneas.

El lugar, Villamanrique, su pueblo natal con el que mantiene su arraigo y viaja con asiduidad. Por cierto, alrededor de 20 años que estuve fotografiando los pueblos de la zona, fruto de un reportaje sobre la Mancomunidad de Servicios del Jabalón “MANSERJA”, y me encantó volver al cabo de los años.

En medio de la charla inicial, común a todas las sesiones, a la hora de comentar el motivo de las diferentes ubicaciones, la chimenea del salón, una reja, la escalera del patio… todos esos espacios, los relacionaba con el recuerdo de su padre y abuelos, que tanto le influyeron a la hora de escribir. Pues bien, mientras lo escuchaba, en cierta medida me abstraía y se me venía al pensamiento, “si en todo este sentimiento que me mostraba Antonio, no habría un poso como Villoreño que es, de Jorge Manrique en su sentimiento a la hora de las Coplas a la muerte de su padre“.

Como digo justo antes, entre las diferentes ubicaciones, acabo decidiendo que el retrato de Antonio, es el que se encuentra delante de la chimenea recibiendo el calor del mismo fuego y del recuerdo de su padre.

Antonio Maldonado ©Pepe J Galanes

Antonio Maldonado

Mi voz poética es un erizo

atropellado

en mitad de la carretera.

No logró cruzar,

no llegó donde quería.

A veces comienzo los recitales con este poema perteneciente a “Cementerio de barcos”. Como artista me gustaría escribir obras que calasen en quienes las lean y sean recordadas, como humano tengo limitaciones porque somos esclavos del tiempo y de nuestras capacidades. Recuerdo tener conexión con la literatura desde que tengo conciencia, para mí era magia lo que sucedía al abrir un libro. Los Reyes Magos me traían cuentos que me abducían, como los de “La rana y el pato”. Después comencé a inventar historias que contaba a mis hermanas por las noches. Luego vino la escritura, más íntima. Tuve que aprender un poema para el colegio. Mi padre, que también escribía, me enseñó este de José Martí:

Cultivo una rosa blanca

Cultivo una rosa blanca

en junio como enero

para el amigo sincero

que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca

el corazón con que vivo,

cardo ni ortiga cultivo;

cultivo la rosa blanca.

Me lo aprendí como un loro y me pusieron buena nota, pero no tardé en darme cuenta del poder contenido en esos versos del líder independentista cubano. Después me lo apliqué como forma de vida, mientras seguía escribiendo de forma infantil. También gracias a mi padre publiqué el primer libro “El paseo del cancerbero”, él mismo lo prologó. Su contenido, al igual que en el resto, es poesía amorosa, social, temas históricos, mitología clásica y la creación de historias en versos. Por desgracia, la muerte ocupó un lugar destacado en los siguientes libros. Se fueron mis abuelos y mi padre. Yo necesitaba mantenerlos con vida a la vez que la escritura me resultaba terapéutica. Así que como un chamán les escribía, sepultando sus nombres por debajo de los versos con la intención de mantenerlos con vida más allá de mi memoria.

Mediante la observación y las conversaciones descubrí que las palabras pueden ser actrices. Es lo que ocurre en “Luminiscentes”, el tercer libro. Continúo creando historias, pero me gusta ponerme en la piel de otras personas. El resultado de los poemas tiene una doble vertiente, comparable con las pinturas rupestres: los hay extensos, con superficie y recovecos, igual que las del Paleolítico; y más breves, un trazo en pocos versos siguiendo el estilo Neolítico.

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