Poetas con Luz Ambiente, Antonia Piqueras Jiménez
“Con el tiempo, la vida me puso ante la puerta del mundo poético, la traspasé y me adentré en él. Sin saberlo, la poesía siempre había estado oculta dentro de mí y fueron los poetas, que se cruzaron en mi camino, quienes hicieron que la descubriera y me hiciera alfarera de versos”.
De nuevo ante el blanco del folio, sin pretensión literaria alguna; pero con la necesidad de dar entrada y explicación a mi quehacer fotográfico en relación al retrato de Antonia.
De golpe se me viene a la cabeza una palabra, digamos que muy relacionada con la luz. Aunque también, a cualquier disciplina creativa; mejor dicho… aplicable a un todo. La palabra es “contraste”.
En esta situación la luz y localización en donde Antonia quiso que hiciéramos la sesión, fue el paraje de Peralvillo y dado a su cuestión laboral, tuvo que ser, la hora del atardecer.
Las nubes apenas tenían presencia en el cielo en la tarde de la sesión, evidentemente, el contraste que se produce en el retrato es un elemento muy presente en las capturas; a no ser que queramos evitarlo y tener que recurrir a contras o a búsquedas de sombras. No es este el contraste sobre el que quiero escribir. Nada tiene que ver con la sensación de dinamismo que produce una imagen contrastada, el que a la hora de retratar a Antonia me encontré.
Tiene que ver, con el contraste entre unos/as y otros/as poetas, a la hora de elegir el entorno de su inspiración. Hay quién la encuentra entre la gente, en el pasar desapercibidos, “en el camuflaje”. Antonia la encuentra en la soledad, en la serenidad de un atardecer y la observación de una lámina de agua, en el aislamiento y tranquilidad, en la ausencia de las distracciones, en la contemplación y sobre todo “en los sonidos del silencio”. Este es el contraste al que me refería y en el que he querido fotografiar a Antonia.
Antonia Piqueras Jiménez
Mi encuentro con la poesía
En mi interior, siempre ha existido una fuerza que me ha impulsado a escribir. En un principio, expresar en un simple papel todo aquello que sentía, era una necesidad, una forma de canalizar la rebeldía silenciada de una joven que maduraba deprisa y, así, sosegar el alma ante las circunstancias que me había tocado vivir. Con el tiempo, la vida me puso ante la puerta del mundo poético, la traspasé y me adentré en él. Sin saberlo, la poesía siempre había estado oculta dentro de mí y fueron los poetas, que se cruzaron en mi camino, quienes hicieron que la descubriera y me hiciera alfarera de versos. La forma de expresarme cambió y la poesía brotó en mí como un manantial del que manan palabras cargadas de recuerdos, sentimientos, vivencias, sensaciones ante lo más sencillo, lo desapercibido como la mirada de un niño que pide una sonrisa, la de un anciano con su soledad, la del joven perdido en el laberinto de la vida, la injusticia, el dolor, la belleza, la decepción, el amor…
Me gusta observar todo lo que hay a mi alrededor y lo que en él acontece. Me alejo del ruido y busco la soledad en la naturaleza y encuentro la quietud para pensar en lo que se mueve en mi interior, en lo que me inquieta o me inspira. Un pensamiento, una idea se materializa en las palabras de un verso que revolotean en mi mente hasta que las escribo en mi libreta o en un papel y en el silencio de la noche dar forma a un nuevo poema.
Desde que me encontré con ella, mi vida cambió y se ha ido llenando de gratas sorpresas. Escribir poesía me reconforta. Me satisface compartirla y saber que quien la lee o escucha pueda sentir lo que yo siento al escribirla. Escribir ha sido, es y será una terapia y la fuerza para seguir avanzando con otra mirada.