Poetas con Luz Ambiente, Julián García Gallego
“Tengo la necesidad de darle voz a lo que suele quedar escondido, en rescatar esas verdades que se pierden entre las emociones”.
Quedamos un domingo por la tarde para realizar la sesión en el “el puente de hierro”, un lugar con el que ha tenido una relación especial desde su infancia y que sigue visitando con frecuencia. Sin embargo, no contábamos con que ese día coincidiría con la borrasca de aire y lluvia Herminia. Durante el viaje a Carrión, me cayó agua por todos lados, pero me consolaba el pensar que cabía la posibilidad de suspender la toma de fotos, al menos podríamos disfrutar del café que se ha vuelto una tradición antes de las sesiones. Paradójicamente, al llegar a Carrión, el cielo comenzó a despejarse.
Disfrutamos de un café en el bar de la plaza y luego nos dirigimos al puente. Aunque el aire y la lluvia nos dieron una tregua, el frío lógico de las fecha continuaba. Durante el trayecto, mientras conversábamos, deseaba que un rayo de luz iluminara la escena, algo que me permitiera contrastar la perspectiva de Julián sobre la dureza de la vida, basada en su experiencia. Sin embargo, a medida que avanzaba la conversación la facilidad de trato entre ambos, la coincidencia de opiniones sobre algunos temas, y la distensión de la charla, me sugería el cambio de deseo en cuanto a la luz, prefería la luz que nos brindaba el tiempo, una luz grande y suave.
Al llegar al puente, empezamos a considerar qué ubicación y composición serían ideales. La sesión fue breve pero productiva. Julián se situó dentro del puente, la perspectiva de un punto fugado, podría ser. Cambio de posicionamiento y allí era el lugar. El puente se convirtió en el marco del retrato y, por primera vez en el proyecto, decidí que el formato sería 1:1.
Julián García Gallego
He descubierto que escribo porque, en cada historia que escucho o vivo, encuentro un reflejo de lo que somos. Tengo la necesidad de darle voz a lo que suele quedar escondido, en rescatar esas verdades que se pierden entre las emociones. Escribir no es solo una liberación interior; es una manera de conectar con los demás, de reconciliarme con las voces y los rostros que se cruzan cada día en mi camino. Es importante observar y comprender.
Mis historias nacen de lo cotidiano, lo sencillo y casi inapreciable: de las risas, de los gestos, de las palabras que cargan tristeza y de los silencios que dicen más que cualquier discurso. A veces son fragmentos duros, llenos de aristas, y otros son delicados y dulces, pero siempre trato de que mis relatos terminen con una calidez que invite al lector a quedarse un rato más, a evadirse pero sin olvidar los lazos que nos unen a la realidad. Es mi corazón el que me guía y esa sensibilidad ha nacido del vínculo que me une con las mujeres. Mi abuela decía: «Incluso los sentimientos más diminutos pueden transformar el alma».
Si alguien, aunque sea un instante, ve el mundo de manera distinta gracias a mis letras, siento que todo esto ha valido la pena. En cada palabra dejo un pedazo de mí mismo, con la esperanza de que quien la encuentre halle también un poco de la suya. En todo ello, familia y amistad son guías presentes. La poesía, en muchos sentidos, es mi manera de agradecerles por su compañía y su fe en mí, incluso en los momentos en que yo mismo dudaba.
Y, finalmente, tengo una fe inquebrantable en el prójimo. A pesar de las sombras que a veces nos rodean, creo firmemente en la bondad de las personas. Esa confianza me impulsa a escribir sobre lo bueno que hay en los demás, sobre los actos sencillos de generosidad que cambian destinos, sobre las manos que se tienden sin que nadie se los pida.
El personaje que subyace bajo mi piel no sería nada sin el micromundo que he creado a mi alrededor con vocales y consonantes. Para ser fiel a esos pensamientos, tengo un lema que me acompaña en todo lo que hago: Sin palabras mudas; todo debe tener un sonido alto y claro, hasta los susurros son importantes.