Poetas con Luz Ambiente, Jesús Sánchez Rivas
Escribir poesía es un modo de permanecer humano en un mundo de artificio y engaño, tan ficticio e impuesto, que nos agobia desde el alba hasta el ocaso.
Observador ante todo, Jesús siente una profunda fascinación por la naturaleza, en particular por el bosque y el mar, aunque sus intereses abarcan mucho más. Su capacidad de observación trasciende lo puramente visual; se manifiesta en su escritura, donde plasma sus reflexiones y protestas ante las múltiples imágenes y situaciones que la vida le presenta en su jornada a diario.
Desde su camuflaje, un “observatorio que se oculta a los demás”, Jesús ha elegido contemplar el ir y venir de la vida que se despliega ante él. Esta privilegiada perspectiva le permite extraer conclusiones profundas, las cuales convierte en poemas, creando un diálogo enriquecedor entre lo que observa y su arte literario.
El lugar que escoge Jesús para su observación es irrelevante en este caso. Para un observador como él, cualquier espacio esconde un rincón perfecto donde puede “ver cada película” que la vida le proyecta. Su curiosidad y sensibilidad le permiten descubrir detalles en lugares que la mayoría pasaría por alto, encontrando belleza, dureza… y significado en lo cotidiano.
Particularmente la iluminación del lugar, es la luz del 9 de agosto, el día de la presentación de su libro “El tránsito discordante…”. Todo el mundo podría esperar que la mañana se presentara luminosa y calurosa, características comunes en esta época de cambio climático, pese a la persistencia de quienes se niegan a reconocerlo. Por lo tanto, aquella mañana se distinguió por su luz intensa, sombras definidas y contrastes marcados, creando un amplio rango dinámico entre luces y sombras que, desde un punto de vista fotográfico, resultó fascinante pero que requería soluciones fotográficas. Aún más, este escenario se convirtió en un entorno propicio para las observaciones de Jesús. La presencia de un observatorio dedicado a la fauna local complementó perfectamente su visión, brindándole la oportunidad de integrar la riqueza del entorno natural a su proceso creativo.
Jesús Sánchez Rivas
Escribir poesía. Para mí el acto de rebeldía más íntimo ante el mundo y las discordias que nos provoca. Un grito en lo oscuro, que rompe silencios impuestos. Es como la válvula de una cafetera, necesaria e imprescindible. Un tinte para ocultar el dolor de la vida y mutarlo por colores pastel. Una coraza protectora y una vacuna para el virus de la vida, que siempre deja secuelas inevitables.
Escribir poesía es vivir lo invivible, decir lo indecible, mover lo inamovible, con permiso del alma y con el apoyo de la palabra. Luego está el poema que, como un buen sastre, hay que confeccionar con puntadas adecuadas y telas hermosas que la ensalcen, guardando el fondo como es debido. Pero que no es, siéndolo, lo más importante.
Así uno se comparte con el lector, que es lo que se busca, escribir para ser leído como fin último, pero naciendo como útil para conocerse mejor a uno mismo y al mundo y, al menos, poder decir lo que uno siente de forma hermosa. Y darse a la interpretación propia del lector, como una aventura imprevista e ilusionante.
En cada poema se consume una discordia, una quemazón, alguna queja que duele y estorba, como si se arrancase una costra seca. El mundo, este terrario al que vinimos para vivirlo y disfrutarlo, se hace cada vez más inhóspito por nuestra propia causa. El hombre es su peor enemigo y no parece darse cuenta. Y, a veces, se consume simplemente un abrazo, un simple beso, una caricia.
Escribir poesía es un modo de permanecer humano en un mundo de artificio y engaño, tan ficticio e impuesto, que nos agobia desde el alba hasta el ocaso. Es hacer luz brillante de la sombra dudosa. Es sanador y, sobre todo, humano. Es un modo de ver el mundo, la naturaleza, la vida, su belleza y su luz, su dolor y su sangre oscura y, por tanto, de comprenderlos, sin filtros, para después pintarlo todo de colores y poder soportarlos.
La poesía es también voz, sonido. Por eso recito (y, a veces, declamo) poemas propios y de otros autores. Es como vestirlos de fiesta, ensalzando los matices ocultos que el papel absorbe. La voz les abre una ventana al alba, para que la palabra pueda henchir su pecho.
A fecha de hoy (verano de 2024), tengo publicados dos poemarios: “Donde tú estás”, al que definiría como un canto a la mujer, la naturaleza y la vida. Y “El tránsito discordante…”, que nace como respuesta al agresivo mundo que hemos creado y que hoy nos rodea, el cual me gusta menos cada día. Pero sigo observando, sintiendo y escribiendo. Poesía, claro. Porque en ella, estando solo con ella, subsisto y me siento libre.