Poetas con Luz Ambiente, Ana Escuderos
Toda palabra es una huella que regresa al cuerpo. A la herida. A la raíz
La sesión de Ana para “Poetas…” es una de las que más tiempo ha durado entre el acercamiento y la conclusión. Contactamos a finales de diciembre de 2023 y, aunque desde el principio mostró una disposición total, las circunstancias de ambos no permitieron realizarla hasta julio de 2025.
El entorno ideal y acordado era Las Tablas de Daimiel, ya que gran parte de su vida transcurrió en ese entorno. Ana conoce a la perfección todo lo que implica el parque; lo ha visto en su máximo esplendor y en el estado actual.
Es una enamorada de la luz y de los cielos del atardecer de Las Tablas, que para ella representan pura magia. Prefiere una luz suave y difusa, en la que los detalles se suavizan, y las imperfecciones pasan más desapercibidas. Paradójicamente, siendo amante de la naturaleza, prefiere el blanco y negro al color; en el monocromo encuentra una mayor expresión poética.
El refrán “el hombre propone y Dios dispone” resulta muy apropiado para describir cómo el entorno de la sesión no pudo ser en Las Tablas de Daimiel. En su lugar, buscamos un espacio que tuviera alguna connotación con las formaciones de agua del parque y lo encontramos en el Parque del Pilar, en una de las orillas del gran lago central. Sin embargo, el tiempo también fue una limitación, ya que Ana tiene muy medido el transcurso del día.
Ana escribe para “escupir” el agobio que siente en la actualidad. Su mayor problema es la falta de tiempo. Solo escribe para ella, como una forma de terapia para enfrentarse a los reveses que la vida le presenta. La escritura es su manera de expresar y plasmar sus emociones.
Ana Escuderos
Hablar de mi poesía es como desnudarse ante un espejo que devuelve imágenes rotas. Al principio, fue un secreto, una forma de dialogar con lo invisible. Pero cuando conocí el miedo más hondo, el que anida en el cuerpo, entendí que escribir era también una forma de resistir.
Mi poesía nace de la fisura, de lo que no se elige, pero habita; de lo fragmentado, de lo que no cabe en un relato lineal. Habla desde la infancia, no como refugio, sino como grieta y asombro. Me han marcado los silencios de mi tierra, los ojos antiguos de las mujeres, el temblor de lo no dicho.
Daimiel, mi pueblo natal, es raíz y médula. Las Tablas, umbral de mi mirada: allí aprendí a escuchar la respiración del agua, el susurro del barro, el espejismo que tiembla en la niebla. Ese paisaje me enseñó que lo sagrado puede esconderse en lo mínimo, en lo que apenas brilla.
También me habita el mar: madre y abismo, cuerpo que arrastra y consuela. El río me enseñó la corriente del deseo y de la pérdida. Escribo desde esa tensión entre aguas quietas y aguas bravas, entre lo que fluye y lo que se hunde.
Mis versos no buscan certezas, sino abrir grietas. Escarban en la identidad, en el cuerpo, en el duelo, en lo invisible. Lo simbólico no es ornamento, sino herida. A veces escribo como quien invoca, otras como quien consuela a una niña que aún tiembla bajo el agua.
En mi poesía conviven el deseo y la culpa, la ternura y el miedo, lo femenino como altar y como herida. La niña y la mujer dialogan: una busca cobijo, la otra aprende a nombrar. Ambas escriben desde la intemperie.
No escribo para ser comprendida del todo, sino para ser sentida. Como un eco, un zumbido de lo que fue o pudo ser. Como un susurro que brota del subsuelo emocional donde habitan las criaturas olvidadas. Lo monstruoso, lo inacabado, lo oscuro no me asusta.
Escribo con hambre, con lodo, con huesos. Escribo como quien resiste sin endurecerse, como quien, en medio del barro, aún cree en la semilla. Escuchar lo que me habla desde dentro. A veces es una voz humana; otras, el graznido de un cuervo o el crujido de una casa vacía. Cada poema es un intento de regresar, de acariciar con palabras lo que ya no está o lo que aún tiembla por existir.
“Toda palabra es una huella que regresa al cuerpo. A la herida. A la raíz.”














