Poetas con Luz Ambiente, María José García Bolós
Necesito apresar los momentos que ya no volverán y a las personas que ya nunca volveré a ver. Es una necesidad para mí tan prioritaria como respirar.
La luz que se filtra por la ventana es perfecta para capturar esos momentos de lectura en los que, a sus 17 o 18 años, María José comienza a coquetear con la poesía en la casa de sus padres, el hogar que ha conocido toda su vida. El aire está impregnado de recuerdos; las fotografías familiares enmarcadas en las paredes cuentan historias, mientras que los cuadros decorativos, entre los que destaca un retrato de su madre pintado por su gran amigo Antonio López García, añaden un toque personal. Cada rincón de esta casa se convierte en un refugio donde resuenan los ecos felices de su infancia y adolescencia. Es un espacio que actúa como un faro, guiando sus memorias hacia esos instantes de felicidad pasados.
“De aquellos polvos, estos lodos”, parece ser un adagio que, aunque de momento no sé si encaja del todo, evoca el crecimiento de una mujer multidisciplinar. María José brilla en cada una de sus dedicaciones artísticas: como profesora, crítica de arte, poeta, fotógrafa y pintora, su versatilidad es reconocida por los numerosos premios que ha obtenido en múltiples disciplinas. Su pasión y dedicación son evidentes en cada proyecto que emprende.
Cuando me comentó que poseía una cueva, tal vez la más antigua o la segunda más antigua de Tomelloso, no pude resistir la tentación de explorarlo. A pesar de mis temores sobre la escasa y dura iluminación del lugar, me sorprendí gratamente al ver que las fotografías salieron bien al final.
La conversación fluyó sin esfuerzo, entre recuerdos compartidos y coincidencias sobre personas en un ámbito de conocimiento común. Esto auguraba una sesión fotográfica no solo amena, sino también llena de conexión, donde cada disparo capturaría no solo la imagen, sino también la esencia de una artista en constante evolución.
María José García Bolós
Cuando Pepe J. Galanes me llamó para venir a casa, conocernos y realizarme algunas fotografías, debo decir que sentí un poco de vergüenza y de alegría también, claro. Pensaba, ¿cómo alguien como él sabía de mi existencia y mucho menos de mi existencia literaria?
La verdad es que algo de culpa tenía Fran Barba, al que admiro mucho y le tengo un gran cariño, a pesar de que aún no nos conocemos en persona.
Pues bien, decidí que viniera a mi casa-casa, a la de mi infancia y juventud, a la casa de mi familia, la de mis padres, donde he vivido muchos de los mejores momentos de mi vida y de los más felices.
Donde comencé a escribir y donde le leía a mis padres, a mi hermana y a mi tía esos primeros poemas que me hicieron descubrir la belleza de la poesía y las bondades de la literatura, a la cual me dedico en cuerpo y alma profesionalmente desde que acabé mis estudios.
Escribo desde mi juventud porque necesito contar lo que veo, lo que siento, lo que amo, lo que detesto…
Necesito apresar los momentos que ya no volverán y a las personas que ya nunca volveré a ver. Es una necesidad para mí tan prioritaria como respirar.
Me permite llorar y reír, me permite alejarme del mundo y a la vez comprenderlo mejor; con la poesía consigo salir de la timidez a la hora de expresarme, me da tregua, me deja reflexionar, prevaricar, elegir mi vida, mi forma de vivirla. Me obsequia con el don de la singularidad, de la unicidad, me distingue del resto, me emociona.
Me permite interpretar el mundo a mi manera, mis sentimientos, mis aciertos y mis equivocaciones.
En una palabra, me permite VIVIR.
Es cierto que soy una escritora solitaria, huyo de los grupos establecidos, huyo del tumulto y de la exposición pública; prefiero trabajar en solitario, a mi manera, cuando yo quiero, cuando siento la llamada de las palabras.
Aunque bien es cierto que, gracias a la poesía he conocido a personas maravillosas, mi marido, mis mejores amigos, y he sentido las emociones más felices que nunca habría podido imaginar a lo largo de mi vida, continúo con mi trayectoria en solitario, sin esperar nada más que al lector “apropiado”, del que pueda apropiarse mi mensaje poético, ese lector al que pueda mover con mis historias, ése al que le emocionen mis palabras, que me permita desnudarme de mí misma, fotografiar el tiempo.
Y, aunque sé que es un objetivo casi inalcanzable, seguiré insistiendo hasta llegar a esa meta, propia o ajena, si es que existe.