Poetas con Luz Ambiente, Manuel Juliá
“La verdad es que me gusta poco explicar lo que escribo. Si he de hacerlo me da la sensación de que no he sido lo suficientemente bueno al escribirlo”.
Si en otras sesiones de las ya realizadas para “Poetas con Luz Ambiente”, el elemento común, era que poeta y fotógrafo nos vemos por primera vez. En esta sesión con Manuel, es todo lo contrario… nos conocemos ya de unos años. Su buhardilla, la conozco ya de varias sesiones con él, esta es la tercera. La diferencia entre las anteriores, que siempre utilizaba un esquema de luz controlada (flashes). En esta ocasión, la luz que me permitía una mañana desapacible de aire y lluvia. Para un fotógrafo, una luz ideal si se encuentra en interior como era el caso.
Cuando fotografías a Manuel, su mirada no solo la encuentras en la relación del “tu y yo”. La encuentras en un simple gesto, la encuentras más allá de las cuatro paredes, la encuentras en sus libros y la puedes encontrar dentro de un escenario como el de la foto, pero a la vez, fuera de él. Absorto en la idea, en el próximo párrafo, en el próximo texto, en el próximo libro, en definitiva… en su proceso creativo.
Manuel Juliá
Hablar de poética significa hablar del discurso poético. Y yo no quiero hablar de eso. Quien quiera conocer mi poética que lea mis libros o mis artículos y saque sus propias conclusiones. Como dice George Perec, “los dos verdaderos personajes de la novela son el autor y el lector, y la novela es lo que sucede entre ellos”. Estoy de acuerdo con Perec. También ocurre en la poesía, por mucho que el poeta crea que lo que impera es su sentimiento y que el lector solo se impregna de él. No es así. La vida de un libro de creación la sostiene el 50% el autor y el 50% el lector. Por ello, si quisiera hablar de mi poética solo hablaría de mi 50%, y eso es poco.
Además, paso mucho, y me da igual lo que piensen los eruditos y poetas oficiales, de la división en géneros. La poesía no solo está en los poemas. Los poemas no solo constan de versos. Los versos no tienen porqué navegar por la métrica. La poesía está en el viento y en la vida amigo, y si tienes la fortuna de cara dentro de ti o en lo que miras. Si sientes que la tienes, y además la tienes que eso es dificilísimo, pues exprésala como te de la gana. Con palabras escritas, imágenes o sonidos…Y los que quieran compartimentar en cajitas definitorias y definitivas pues que se queden con lo suyo, que a mí no van a conseguir amarrarme.
Por eso prefiero hablar de por qué escribo, o por qué decidí escribir un día lejano en el cual mis ojos comenzaron a abrirse de otra manera a como lo hicieron en la infancia, y mis dedos, nerviosos, quisieron captar una transcripción de lo que bullía en mi interior, y de lo que sentía al mirar el exterior. En todo caso yo, amigos, me siento más un lector que un escritor. Gozo más leyendo que escribiendo.
Pronto me encantó la lectura. Me metía en los libros y encontraba un mundo que me daba plenitud y vida. También escribía en el periódico local. Mi padre quería que estudiara medicina. Yo periodista. Me recuerdo en el Campus de la Complutense, con las dos solicitudes, una en cada mano. Ganó el periodismo.
Mis raíces literarias están en la adolescencia. En mi casa, la de un obrero de la época, solo había dos libros: La Biblia y las Rimas y leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer. Me leí los dos tomos un montón de veces. Mi madre decía que saldría cura o poeta. Cura lo intenté, pero no pude soportar la oscuridad del seminario y me molestaba la sotana. Preferí la luminosidad de la poesía. Y aquí estamos, aún enamorado de las palabras. Que en el principio fue el Verbo dice La Biblia. Al final Dios es un poeta.
A veces me pregunto sobre qué necesidad hay de que yo tenga que decir algo al mundo, o viéndolo desde una perspectiva más intimista, qué necesidad hay de que tenga que decirme algo a mí. No sé. El caso es que me respondo diciéndome busco la belleza interior y exterior del mundo, de los seres que lo habitamos, y que eso puede interesar.
Cuando estoy muy optimista creo que mi escritura favorece una percepción que va más allá de la mera observación, y creo que da un sentido nuevo al ser, al tiempo, al pasado o al futuro, al amor, al enigma que nos envuelve. No lo resuelve, porque es irresoluble, pero sí le da sentido, aunque sea el de la desolación o el escepticismo.
A veces es el de la alegría. Pero no solo escribo porque busque la belleza, también porque existe la maldad, el dolor, la tristeza, realidades humanas que a través de la literatura pueden modularse, moderarse y amortiguarse, incluso ofrecer una belleza escondida que las hace menos dolorosas.
Otras veces, cuando estoy pesimista, pienso que escribo porque es la única manera de que no me corten cuando hablo. Ya sabemos cómo es este país. Eso lo digo de broma. O no.